24 de octubre de 2009. 18 horas.Auditorio Patrimonial de Cámara
(ex-capilla del Hospital de Niños)Uriburu s/n, Parque General San Martín
Programa:
Buxtehude: Christ unser Herr zum Jordan kam (Bux WV 180)
Buxtehude: Sonata VII, para violín, viola da gamba y bajo continuo
Bach: Sonata (BWV 1038), para dos violines y bajo continuo
Buxtehude: Herr Jesu Christ, ich weiss gar wohl (Bux WV 193)
Buxtehude: Sonata VI, para violín, viola da gamba y bajo continuo
Bach: Sonata (BWV 1027), para viola da gamba y clave
Buxtehude: Ciacona (Bux WV 160)
Entrada + CD: $20
Me atreví a tomar prestado el título que Olga Orozco puso a su libro de 1967 para caracterizar el concierto de Violetta Club en el que rendiremos homenaje a dos inmensos compositores del barroco: Dietrich Buxtehude (1637 – 1707), y su sucesor, Johann Sebastian Bach (1685 – 1750).
Cuarenta y ocho años separan el nacimiento de Buxtehude de el de Bach, tiempo en que se operó un profundo cambio estilístico entre barroco medio y barroco tardío.
En 1705 Bach viajó 200 millas a pie (poco menos de 400 kilómetros) para escuchar en Lübeck, al norte de Alemania, al viejo maestro Buxtehude, danés de nacimiento. Lübeck era entonces una ciudad modesta, alejado de los importantes centros de Weimar y Leipzig, que había entrado en el circuito cultural y se había convertido en lugar de peregrinaje gracias a los conciertos vespertinos de elevada calidad (los célebres “Abendmusiken”) que el propio Buxtehude organizaba. Dicen que además Bach estaba interesado en probar el espectacular órgano de tres teclados y cincuenta y cuatro registros que Buxtehude tocaba en una forma que trascendía fronteras, y también se dice que Bach no pudo quedarse como organista en Lübeck ya que era condición para ello casarse con la hija de Buxtehude... poco agraciada, y diez años mayor que el veinteañero Johann Sebastian. El joven quedó impactado por el profundo conocimiento del contrapunto, la sonoridad compacta y las ásperas disonancias de las improvisaciones del sexagenario organista. De hecho, su viaje a Lübeck se extendió de las originales cuatro semanas planeadas a cuatro meses -lo cual le produjo a Bach algunos problemas con su trabajo en Arnstadt-, meses en los que asistió a varios conciertos del famoso maestro y de quien probablemente tomó consejos. Bach heredó esta contundencia y le agregó la expresión jubilosa y contenida de su religiosidad, llevando a la música a dimensiones reconocidas por todas las generaciones posteriores.
Luego vendrán sus gloriosas épocas en Weimar como Konzermeister, su trabajo como maestro de capilla en Köthen, y su puesto de Thomaskantor en Lepzig. Los Conciertos Brandemburgueses, la Pasión según San Mateo, el Oratorio de Navidad fueron compuestos aún con los problemas de visión que habían comenzado a aquejarlo, aparentemente por una diabetes no tratada. En 1750, con la vista muy deteriorada, es operado. Continúa dando clases y componiendo –al igual que lo había hecho, casi a la misma edad, su maestro con él-, y revisando las placas de imprenta de su última obra, “El arte de la fuga”. Unos meses más tarde es operado nuevamente por el oculista itinerante John Taylor, pero pierde totalmente la visión, y muere pocos meses después, sumido en la ceguera. No deja de ser un dato curioso el hecho de que varios otros célebres organistas del pasado, y que influyeron en el concepto técnico del instrumento en Buxtehude y en Bach, como Conrad Paumann (1410-1473), Antonio de Cabezón (1510-1566) y Jan Sweelinck (1562-1621), hubiesen sido también ciegos.Buxtehude y Bach, discípulo y maestro, ambos amantes del monumental sonido del órgano, representan dos generaciones trascendentales en la construcción de nuestra historia musical. Y ambos nos legaron su obra luminosa, que esperamos compartir con ustedes.
Comentario: Gabriela Guembe
Contacto: 156-580578